domingo, 12 de julio de 2020

Rosario Bléfari.


El dolor se desparrama sin medida, nos queda encontrarla en su obra y la certidumbre que fueron muchas las semillas que ella sembró y que se multiplicarán. Su sonrisa nos seguirá acariciando, su dulzura nos permitirá sortear la sinrazón, su belleza irradiando luz a nuestros corazones. Cuando vea un atardecer y el sol en el horizonte, me voy a acordar de ella pensando que ella está allí brillando feliz en una eterna dicha.
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El legado de Rosario es maravilloso, es una artista real. Cero diva, cero careta. Reivindica la condición humana de expresar con honestidad los sentimientos del corazón buscando traducirlo en belleza como ofrenda para quienes lo escuchan.  Su forma de cantar es aleccionadora, no busca la expresión perfecta, ni el paraguas de los equipos electrónicos. Tampoco permitió ser una pieza de un engranaje de un sistema que persigue la rentabilidad, deshumaniza, ni dió concesiones, sino todo lo contrario, iza banderas de libertad, con una ética que nos hace cuestionar si la merecimos.

De algo estoy seguro es que no la supimos valorar, que el sistema la confinó a un injusto desconocimiento masivo. Seguro que a ella eso no le interesa porque siempre fue fiel a su corazón, lo que le permitió regalar su sonrisa sincera y natural, como las golondrinas buscan el verano, como los delfines juegan en sus andanzas, sin enterarse de las alucinaciones tortuosas que vive el humano civilizado.

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Rosario cobra la dimensión de heroína, por su humanidad sin concesiones, por la riqueza de su integridad, por su ética artística que da luz a nuestra vida cotidiana. Verla me despierta amor y ya no hay lugar para analizar nada sino darle el calor de nuestro corazón. Que suerte tuvieron quienes pudieron tratarla y formar parte de su vida. Nos queda su obra y su ejemplo de vida.

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Rosario siempre desparramando su amor,
ofreciendo su arte. Brindando una sonrisa.
Que fortaleza real, para mostrarse tan simple
y natural. Que seguridad para desarrollar su
actividad en diversos ámbitos con fidelidad
a su auténtica vocación que era la de dar
amor.
Un amor que se da sin concesiones, y sin
pensar en réditos mayúsculos, sino en
vivir el milagro del presente procurando
mejorar la vida de quienes se acercan
a ella y reparan en su persona o lo que
ella expresaba.
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